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Aquí se echa de ver la forma de rombo perfecto que tiene la hoja de Sombra de Toro.
Cada vértice termina con una aguda espina por punta.

Aquí se echa de ver la forma de rombo perfecto que tiene la hoja de Sombra de Toro.

Cada vértice termina con una aguda espina por punta.

Estas hojas jóvenes de Sombra de Toro brotan rebozantes de vida nueva. Si bien tiernas aún, la espina aguda hinca la carne como aguja.

Estas hojas jóvenes de Sombra de Toro brotan rebozantes de vida nueva. Si bien tiernas aún, la espina aguda hinca la carne como aguja.

Me deleita, con una extraña fruición, la inefable belleza de estas hojas, que se abren cual las garras de una bestia en ataque.

Esos rojos encendidos en las espinas, esos bordes amarillos en las hojas, esos verdes intensos, se combinan en no sé qué placentera amalgama que halaga los sentidos.

Me deleita, con una extraña fruición, la inefable belleza de estas hojas, que se abren cual las garras de una bestia en ataque.

Esos rojos encendidos en las espinas, esos bordes amarillos en las hojas, esos verdes intensos, se combinan en no sé qué placentera amalgama que halaga los sentidos.

Cuando era niño, me gustaba dibujar, en especial caballeros andantes. Los dibujaba con gran detalle, con sus adargas y escudos, lanzas y espadas, y los pendones flameando en el viento, en medio del fragor de la batalla.

Esta hoja, con su forma de rombo, y sus espinas tan amenazantes, me recuerda los escudos que dibujaba, de aquellos caballeros, de yelmos abollados.

Otras veces, no sé cómo, no sé por qué, se me antoja que es una cometa...

Cuando era niño, me gustaba dibujar, en especial caballeros andantes. Los dibujaba con gran detalle, con sus adargas y escudos, lanzas y espadas, y los pendones flameando en el viento, en medio del fragor de la batalla.

Esta hoja, con su forma de rombo, y sus espinas tan amenazantes, me recuerda los escudos que dibujaba, de aquellos caballeros, de yelmos abollados.

Otras veces, no sé cómo, no sé por qué, se me antoja que es una cometa...

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