Albaricoque Ximenia Americana Alvarillo del Campo Albarillo

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¡Cómo contrasta la aguda punta de la espina con la suave curvatura de la hoja y su borde liso!

Así guarda con recato y celo su virginal belleza el Alvarillo, defensivo de la mano vil que quiera arrancarla.
Hoja de Albaricoque. Está hoja está transicionando a su madurez final, y se muestra con los bordes rojos y el centro verde.
Flor de Alvarillo del Campo pronta a abrir sus pétalos. Nótese el largo y rojo pedúnculo. 

Una vez polinizada, esta misma flor se convierte en el fruto jugoso y dulce que es tan similar a un Damasco.
Aquí observamos la flor del Alvarillo del Campo plenamente abierta, con sus pétalos desplegados de par en par.

Alvarillo del Campo

El damasquito serrano

Ximenia americana var. argentinensis

Olacáceas

También conocido como Albaricoque y como Damasquito, este arbustito debe su nombre a la semejanza de su fruto en tamaño, forma, color y sabor con los Damascos.

Muchos árboles nativos de Córdoba heredaron su nombre vulgar de especies exóticas popularmente conocidas con las que comparten alguna semejanza, y nuestro Alvarillo no es la excepción. Tal es el caso del Manzano del Campo, así bautizado por su similitud con el árbol del Manzano; el Durazno del Campo lo mismo y El Duraznillo Negro también -aunque más parecido en rigor con el Palán Palán, con quien es muy confundido. Para diferenciarlos de sus homónimos exóticos, se valieron del añadido “Del Campo”, en alusión quizás a su naturaleza silvestre.

Con nuestro afable Alvarillo sucede que como el Damasco, según el país, es conocido por distintos nombres, como Albaricoquero, Albaricoque, Alvarillo y Albarillo también, sólo por decir algunos, así también acá lo llamamos con distintos nombres vulgares. Yo prefiero llamarlo Alvarillo del Campo, porque tiene no sé qué sonido a campanilla serrana, que me parece lo pinta tal cual es.

Hoy está gravemente amenazado. No quiero decir que esté en riesgo de extinguirse, sino que, si he de juzgar por las veces que lo he visto, me atrevo a decir que está casi desaparecido de Córdoba. Sólo lo he visto dos veces: una, en la Reserva Natural Parque San Martín, y otra, en Cuesta Blanca, pero apenas era un brote en un tronco carbonizado, reapareciendo con timidez luego de un incendio ocurrido 4 años atrás.

El Alvarillo del Campo es sin dudas uno de los árboles más hermosos y más vulnerables de Córdoba y, sin embargo, uno de los menos conocidos. No goza por cierto el favor y la fama de otros árboles más populares, que han encontrado un lugar en la cultura y el acervo nacionales, como el Algarrobo. El Alvarillo merece ser rescatado del olvido y restituido en su gloria pasada, cuando nuestros montes cubrían toda la provincia.

Una pena es, en verdad, que no se aproveche su fruto, con el cual se podrían producir arropes y mermeladas, ya que no industriales, cuando menos caseras para el mercado de turistas. Acaso se pueda explotar comercialmente como el Durazno y el Damasco, y no lo sabemos. Lo cierto es que nada tiene que envidiarles.

La Hoja

La hoja del Alvarillo es simple, alterna, brevemente peciolada, elíptica y entera. La atraviesa en su mitad una nervadura, donde la hoja se pliega sobre sí misma, sin llegar a cerrarse de todo en todo. El borde es liso, y ligeramente amarillo a rojizo en la hoja adulta. La hoja tiene 3 cm. de largo por 1,5 cm. de ancho. De color verde celeste en la madurez, semejante en color a la del Palán Palán, es cuando brota de un color rojo intenso. A medida que crece, muda de colores, pasando gradualmente por todos los tonos de rojo, naranja y amarillo. En los ejemplares jóvenes, con la primera lluvia de primavera, las hojas advenedizas se tornan de un color verde incandescente que de tan intenso parece falso y que contrasta fuertemente con el monte circundante aún mustio y amarillo.

El Tronco

El tronco del Alvarillo es escueto, ramificado y espinoso. El diámetro pocas veces supera los 15 cm., y alcanza unos pocos metros de alzada. Raras veces enhiesto, el fuste es más bien retorcido. La corteza es leñosa, áspera y está invariablemente cubierta de líquenes. En las rajas profundas, los líquenes encuentran condiciones propicias para su desarrollo, ya que allí la humedad se conserva por más tiempo.

El Follaje

El follaje es persistente, laxo y, como especie xérofila que es, achaparrado. Cada rama menor termina con una espina por punta. Las ramas viejas son quebradizas, y las jóvenes, tiernas y flexibles, de un color por partes rojizo y por partes violeta.

La Flor

El Alvarillo florece en Primavera. Las flores, menudas, amarillas y hermafroditas, se presentan ya solitarias, ya reunidas en corimbos.

El Fruto

El fruto del Alvarillo es una drupa verde cuando inmadura y amarilla cuando madura que, como dijimos arriba, se parece a un Damasco en el tamaño, la forma, el sabor y el color. Dentro, se aloja un carozo redondo, de textura lisa.

El fruto es comestible, en extremo dulce y jugoso. Rico en pulpa, constituye la dieta de mucha fauna nativa, como zorros y lagartos overos, que esparcen la semilla en sus heces.

La semilla germina con relativa facilidad, una vez que se aprende la manera más efectiva. Varios intentos fueron necesarios hasta que pude germinarlo. 4 días de remojo en agua, y luego a mantillo húmedo. Tarda, pero germina bien.

Usos

El Alvarillo es fuente de madera de buena calidad, empleada en ebanistería y carpintería. Despide cuando se la trabaja un suave aroma agradable.

La raíz, decorticada por el raspado y hervida luego, suministra un tinte castaño. En cambio, el hervir los hilos destinados al tejido en un cocimiento de raíz los tiñe de color café. Tal es el procedimiento utilizado por los naturales santiagüeños para colorear ponchos y mantas.

Las hojas poseen propiedades purgantes.


El Alvarillo Infante

Relampaguea a lo lejos, y por un instante, se ven los muñones de troncos carbonizados y los esqueletos descoyuntados de los árboles muertos.

Con las últimas gotas que se deslizan, trazando a su paso sinuosos arañazos, las piedras renegridas de humo y hollín parece que hubieran llorado largamente.

El aire huele a tierra y a ceniza mojada.

Por un surco que el aguacero ha labrado en el barro, resbala, mudo, un hilo de agua negra.

Cada tanto llega, como un eco que se apaga, horadando la tiniebla oscura, el sonido de un trueno tardío. Luego, un silencio insondable y espeso.

Un aura suave mansamente anega de una fresca blandura húmeda el montecillo, y una calma serena y honda cae como un fino relente.

Ya la luz se cuela por entre las nubes rasgadas, y el Alvarillo se estremece, tembloroso, con un ansia nueva. El agua ha lavado sus heridas, y siente brotar dentro de sí la hoja verdecida.

Arriba, por entre el ramaje espinoso y ceniciento, persistía, alta y sola, una estrella.

Albaricoque

¡Cómo contrasta la aguda punta de la espina con la suave curvatura de la hoja y su borde liso!

Así guarda con recato y celo su virginal belleza el Alvarillo, defensivo de la mano vil que quiera arrancarla.



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