Fruto verde aún de Quebracho Blanco.
De una dureza singular, la cubierta exterior de este fruto se solaza en el débil sol de otoño.
Para cuando madure, las semillas, aladas, serán llevadas y esparcidas por el viento.
La silueta de este sorberbio Quebracho Blanco se recorta secamente contra el cielo azul.
Se echa de ver el follaje, alto, laxo, y el tronco, con su fuste prolijo, limpio y sin ramificar en la base.
En la Reserva Natural Parque San Martín, poco antes de la cima de una loma, se alza el esqueleto calcinado de este Quebracho Blanco.
Queden sus huesos carbonizados como monumento y testimonio de su heroica lucha contra el fuego.
Aquí observamos la espina de la hoja del Quebracho Blanco. Con casi un cm. de largo, esta espina hinca la carne como aguja.
El Quebracho Blanco decidió defenderse de agresiones con espinas que brotan de las hojas mismas (como el Sombra de Toro), en vez de sacar espinas estipulares, en las axilas de las hojas con las ramas menores, como el Algarrobo Blanco y Negro.