Enhiesto, recto, erguido, alzado hacia el cielo, este tronco sube y sube. La celosía de hojas y de ramas filtra la luz. Se oye un blando ruido del viento en las hojas verdecidas.
Cuando lo toco, el tronco es recio, soberbio, altivo, y la corteza, áspera, rugosa.
Lo abrazo, y me siento pequeño y frágil, como cuando, de niño, me abrazaba a las piernas de mi papá y lo veía inmenso, inalcanzable, como si fuese un gigante.