Sobre los Arboles Nativos y Nuestra Sociedad
Es un tiempo excitante para los que sentimos pasión por nuestros árboles nativos. No cabe duda de que el interés del público en general se ha incrementado notoriamente. Los nuevos emprendimientos relacionados con los nativos que a diario proliferan en redes sociales son prueba de este reciente interés. Antes proscriptos y olvidados, hoy nuestros árboles tienen una nueva oportunidad. A medida que el conocimiento sobre los nativos crece y se generaliza, crece también la conciencia colectiva sobre la importancia de respetarlos y cuidarlos. Con el conocimiento común y compartido, viene luego la censura social contra quien no comulgue con tales principios universalmente aceptados. Y así, hoy vemos que, en algunos desarrollos inmobiliarios recientes, la conciencia ambiental llegó antes que el progreso, ya que han urbanizado respetando los ejemplares más adultos, cuando menos. Y es que el empresario, como el político, es un catador de opiniones y voluntades, y si bien respeta el nativo por conveniencia, antes que por convicción, poco importa, siempre que el resultado sea menos desmonte. Soy de la creencia que no es la amenaza de la multa punitoria, no es el riesgo de litigio con organizaciones ambientalistas, no es, en definitiva, el temor del castigo, sino la censura social la fuerza con el poder suficiente para cambiar el comportamiento de la sociedad toda. Y es que, como las leyes de la naturaleza, es una fuerza que no ha menester control y castigo para que se cumpla (como el caso de las multas, que sólo son efectivas si las respalda todo un aparato costoso de burocracia y recursos), antes se cumplen de suyo, como la ley de la gravedad. Cuando alguien sea alienado socialmente por talar un árbol, entonces de seguro veremos muchos menos montes arrasados. Esto me recuerda a lo que pasó con los cigarrillos. Hasta no hace mucho, era normal que el fumador fumara en espacios públicos cerrados, quiero decir, no había rechazo social contra quien lo hacía. Cuando fue sancionada la ley que prohibía fumar dentro, en un primer principio parecía imposible que fuera a hacer alguna diferencia, pero con el tiempo la opinión de la sociedad sobre los fumadores fue cambiando, y hoy está mal visto que alguien fume, cuando antes había como un halo de hombría y rebeldía seductora en quien fumaba, de tal manera que hoy, aunque la ley fuese vetada y dejara de existir, aún así el fumador no se atrevería a fumar dentro de un espacio público. La ley se hizo costumbre.
Si sirve de abono mi experiencia, en su encono contra el nativo, el ciudadano común es más culpable por ignorancia que por malicia. Lo sé porque cuando, en la salida de campo, descubre la curiosa hoja de un Sombra de Toro con la forma de un rombo perfecto, o cuando lo embalsama la delicada fragancia de la flor del Garabato, o cuando alza la cabeza y admira la erguida nobleza de un Quebracho Blanco, entonces su actitud cambia completamente. Cae en la cuenta de su ignorancia, y siente nacer dentro de sí un respeto reverencial y un sentimiento incipiente por estos árboles nuestros. De modo que, en resumen, lo primero a hacer es extender y esparcir el conocimiento de los nativos, para que luego el ciudadano común llegue, si no a quererlos, a lo menos a respetarlos.
Ahora bien, ¿cómo nutrir el conocimiento de nuestros árboles, si la información no se consigue, y la que se consigue es pobre en calidad y cantidad? Precisamente, una de mis motivaciones, entre muchas otras, de hacer el sitio www.churqui.org, es crear una fuente de información pública, libre y gratuita sobre nuestros nativos de tal manera que sea universal el acceso a la misma, en vez de estar no disponible como ahora, ya sea porque la bibliografía está agotada, ya sea porque muchos no la pueden comprar por su alto costo. Idealmente, quisiera que la calidad y cantidad de información del sitio fuesen tales, que hagan innecesarios los libros que, de todos modos, no se consiguen y escasean. Además, los libros que he leído sobre nativas tienen un estilo alienante y excluyente, porque el vocabulario es botánico y técnico, y la gente común prefiere una voz y un tono más amigables. También la información es pobre y las fotos peor. Yo, más allá del punto de vista botánico, estoy más interesado en hablar de la personalidad de nuestros nativos, quiero decir, de aquello que los hace únicos. Mi estrategia para concientizar, me gusta creer, es distinta, y en el mejor de los casos, más efectiva. Me refiero a que todos los defensores de la ecología siempre esgrimen los mismos argumentos en defensa de los nativos. Cosas como "Protegen el suelo dando estructura con sus raíces, retienen el agua y la humedad, limpian el aire, protegen la fauna" y así sucesivamente. El común denominador, a mi entender, de todos estos argumentos, es que son netamente racionales y, en consecuencia, apelan a nuestro entendimiento, no a nuestros sentimientos. Y aun hay más, y es que todos estos argumentos, amén de racionales, tienen un tono amargo y una voz acusadora y algo mandona, de leve reproche, que nos insta, más que nos invita, a cambiar, cirniendo sobre nosotros la sombra de futuros desastres del medio ambiente, por decir lo menos. En consecuencia, no sorprende que, en respuesta a estos pronósticos negros, el común de la gente se aparte y haga oídos sordos. Y no es de culparlos, porque ¿quién quiere oír augurios negativos y sentirse culpable por cosas que uno no puede cambiar? Nadie, ¿no es así? Yo quiero lograr otra cosa, con otra estrategia. Para mí, lo mejor es que la gente cuide, defienda y proteja a nuestro nativos ya no persuadida por argumentos racionales, y remordida por culpas y amedrentada por siniestras tragedias por venir, sino por una conexión emocional, dicho más llanamente, porque los quiere y los ama. Yo quiero capturar la belleza y la magia de nuestros nativos, y contagiarla a los demás. Quiero compartir con el mundo las experiencias místicas en las que me arrebato cuando salgo a las sierras.
Es infundiendo sentimientos positivos y optimistas que creo la gente se ha de involucrar y comprometer más. Para mí, uno defiende algo por dos razones esencialmente: o bien porque lo ama, o bien porque le ha costado esfuerzo obtenerlo. Uno cuida y protege a sus hijos porque los ama, y defiende su patrimonio porque le ha costado esfuerzo y tiempo conseguirlo. Pero, cómo podemos esperar que la gente defienda nuestros árboles si no los conoce, si no los entiende, si no los quiere.
Así que esta es mi misión: hacer que la gente quiera a sus árboles, y que deje de mirarlos como meras plantas, sino que aprecien su pintoresca personalidad, su inefable belleza, su exquisito mundo interior. Yo estoy convencido de que si todos los conocieran como yo, los respetarían y cuidarían con celo y diligencia.
Estos árboles tienen alma, ¿verdad?